lunes, 7 de octubre de 2013

Gustavo



Alcancé a ponerle a uno de los dos peces. No los había bautizado por la falta de necesidad de llamar a un pez. Pero Fabio pregunta siempre el nombre de los animales, y es insistente con la insistencia de los niños. Además, le encantan los nombres que le respondo de inmediato, recién nacidos para el nombrado, por caprichosos que sean.

Esos dos peces eran lo último vivo que me quedó de mi padre. Bueno, me quedo yo misma, claro, y quedan sus otras hijas, mis hermanas. Pero los peces eran otra cosa, los peces eran sus peces. Dependían de él y yo estaba heredando esa responsabilidad. Le gustaban mucho además, eran los únicos animales que tenía y con los únicos con que lucía íntegramente como un niño, como cuando hablaba de los caballos. Así lo vi una vez echándolos a fajar mientras limpiaba sus peceritas minúsculas, tenían bolas dentro y eran dos. Los peces eran peleadores y debían estar separados. Uno era albino. Fue el primero que murió, sin nombre.

Gustavo por lo menos llegó a tener uno, y llegó a conocerme algo, no sé si por la comida, es probable. Murió hace tres días hoy y echamos su cuerpecito de nada en una maceta del patio. Me gusta la idea de la siembra en la muerte. En cualquiera de sus variantes (de la siembra y de la muerte).

No sabía que era tan dramática la muerte de un pez. A diferencia de otros animales, yace en una posición en que nunca ha estado en vida, mítico casi, con la mirada diminuta fija y atroz.

No me hubiera dolido tanto que esos dos peces, y en especial el segundo por ser el último, murieran si no hubiera sentido chocar los dos cristales hace ya cinco meses cuando me los llevé a mi casa, si no hubiera sentido que llevaba entre las manos la muerte misma de mi padre, la constatación del hecho, otra. Yo los tenía solo porque mi padre ya no podía tenerlos. Llevaba en las manos un pedazo cercano a él de todo el basto mundo que le había sobrevivido, y que le sigue sobreviviendo para siempre, tan aplastante, dejándolo tan atrás, tan debajo, cuando no era ese su lugar, no tan pronto. No me hubiera dolido tanto que esos dos peces, y en especial el segundo por ser el último, murieran si esa noche las peceras no hubieran sido tan pesadas.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Carcassés: Tenemos que dialogar sin molestarnos




Roberto Carcassés fue el invitado al concierto número 45 de la Gira por los barrios. Poco más de una semana ha transcurrido desde que emitiera lo que Silvio llamó “un pliego de reclamaciones” en un concierto de la Tribuna Antimperialista, que supuso para él una sanción institucional, dejada a las pocas horas sin efecto.

El domingo tuvo lugar el segundo de los conciertos en los que es artista invitado, en El Chico. Su presentación en el concierto de Santiago de las Vegas, este viernes, fue su primera aparición en escena después de los acontecimientos y sus repercusiones. Aquí, un poco de lo que comenta sobre la iniciativa de Silvio de recorrer los barrios y, por supuesto, sobre lo sucedido en estos días.

Alejandro Ramírez/Mónica Rivero: ¿Qué opinión te merece esta gira?

Roberto Carcassés: Es una idea muy bonita realmente y a la que desde el principio le dije a Silvio que me sumaba, por supuesto y me alegra mucho que me haya llamado ahora. Y estoy aquí encantado.
Pienso que ir a los lugares a tocarle a la gente en el corazón de cada barrio es algo especial porque si tú convocas a un concierto en un lugar específico, va ir una cantidad de gente y un tipo específico de gente al concierto; pero si tú vas a los lugares a tocar, el que está en su casa o cualquiera que incluso no esté “determinado” a lo mejor a ir a un concierto de Silvio o de cualquier otra persona que se acerque a un barrio, se va a encontrar con esa música, con ese fenómeno cultural.

AR/MR: ¿Qué crees de lo que algunos plantean al decir que este tipo de música “no es” para la gente que vive en los barrios?

RC: Silvio es parte ya de la idiosincrasia cubana, las canciones de Silvio son parte del cotidiano de la gente, de todo tipo de gente que hay en Cuba. Silvio es parte ya de Cuba para siempre, está en todos los cubanos.

AR/MR: ¿Cómo llegas tú a la gira y qué significa para ti participar de este concierto, en este momento en particular?

RC: Tengo que decir que la influencia que tengo de Silvio Rodríguez es muy grande porque cuando yo estudiaba música en la ENA, me escapaba de la ENA para ir a ver los ensayos de Silvio y Afrocuba. Me acerqué a Silvio a través de la música de Afrocuba en principio y luego descubrí todas las canciones, los textos y todas las ideas que están en sus canciones. Aprendí mucho de esos ensayos. Esa es mi otra escuela de música, además de donde estudié, a partir de eso me quedé marcado por esa forma de hacer, de ver la vida, el arte.

No hace mucho tiempo se cumplió un sueño que tuve siempre de hacer algo con él, hicimos un disco (Segunda Cita), y la empatía que hubo fue mágica de verdad. Silvio es una persona que sabe muy bien lo que quiere cuando está haciendo música, cuando está grabando; pero al mismo tiempo es un compañero más en el proceso creativo y eso es muy lindo porque ves que él está abierto a las ideas de los otros y puedes plantear tus ideas. Fue una experiencia maravillosa grabar ese disco con Silvio. Es un disco muy bello. Y a raíz de eso, quedó esa cercanía y que él me haya invitado en este momento ahora, un momento particularmente especial para mí, realmente es algo que le agradezco mucho y que es un gesto increíble de su parte.

Yo hace tiempo estoy entre la gente que quiere participar en los barrios, pero a raíz de todo lo que ha pasado con mi participación en la Tribuna Antimperialista, por el aniversario del encarcelamiento de los Cinco, y todo lo que pasó conmigo, a raíz de eso, él consideró que era un buen momento para invitarme a un concierto. Y aquí estamos.

AR/MR: ¿Ha habido otras reacciones así en torno a ti?

RC: He tenido apoyo de miles de personas, de amigos que siempre han estado ahí. Y he aprendido de todo, también de las críticas que han sido hechas con sinceridad, con amor; porque uno aprende así: tropezando, nadie es óptimo en su proceder. Todo el mundo aprende de lo que le pasa, y uno tiene que saber escuchar al otro. Y es una de las cosas que estoy diciendo: que hay que escuchar al otro con tranquilidad, que hay que escuchar lo que el otro tiene que decir y saber que nadie tiene la verdad, que todo el mundo tiene que poder decir lo que piensa y ser respetado. Tenemos que dialogar sin molestarnos, insultarnos ni tratarnos mal. Con todo lo que sea a favor de eso, yo voy a estar.

AR/MR: La crítica más frecuente que se te hizo fue que se trató de un momento, un lugar inadecuado. ¿Dirías que los espacios o momentos adecuados ya fueron agotados?

RC: Por supuesto que los momentos adecuados no existen, entonces si el momento no es adecuado es porque se supone que hay uno que sí lo es. Pero quién define cuál es el momento adecuado o inadecuado. La gente que piensa que no fue el momento adecuado, también lo reconozco; o sea, yo entiendo su posición y, si lo sienten de verdad y lo piensan, me parece bien, lo respeto.

Adecuado o no, eso sucedió ya y hay que asumir y yo asumo mi responsabilidad. Para mí eso es un acto cultural político y poner al lado de mi deseo de que los Cinco regresen otros deseos que tengo yo, me parece que es auténtico y es importante. ¿Por qué no puedo decir otras cosas que yo quiero también? ¿Qué tiene eso de inadecuado?

Hay muchas cosas del gobierno cubano que yo apruebo y con las que estoy de acuerdo y que son buenas y las defiendo donde sea; pero las cosas con las que no estoy de acuerdo las voy a decir siempre y no puedo estar de acuerdo 100% porque no es lo que siento.

Entonces es así: hay que tener valor para decir las cosas buenas y las cosas malas. Si estás de un lado o de otro, tienes que tener valor para poder criticar tu propio gobierno o para criticar las cosas del otro lado con el que te tú no estás.

AR/MR: ¿Qué expectativas tienes para estos dos conciertos?

RC: Vamos a presentar la canción Segunda Cita, que es una canción que me encanta. Me emociona mucho escucharla. Me emocioné cuando la ensayé. Y voy a hacer un tema a piano solo que se llama Tonada para Robin. Robin es un hijo mío que vive en Estados Unidos. El tema estuvo también en un disco que se le dedicó a Los cinco hace unos años. Espero que salga bien y que llegue.

miércoles, 10 de abril de 2013

Carta para mi padre




Siempre en los últimos años tuve especial gusto en escribirte, en hacerte largas cartas, como si no habláramos por teléfono todos los días. Me gustaba el reposo de la escritura por dar oportunidad a decir las cosas con calma, con cierto despliegue; y, por alguna razón, esa era la manera en que quería contártelas, aun pudiéndolo hacer también en persona, y aunque fueran cosas a veces cotidianas, ordinarias.

Sin embargo, esta será muy particular porque no sé exactamente si la escribo para ti, o para nosotros, para mí. La opción que más me complace es que la escribo para todos. Y es una carta difícil de escribir en medio de esta sensación de raíz rota, de perder esa parte que eras de mi puerta al mundo, a la vida, de esa parte que eras de mi propia vida, y de la de mis hermanas, y la de tu compañera, y de la de tus hermanos, y tus amigos…, y de la vida de tus libros, de las charlas políticas o de cualquier cosa, porque tenías la capacidad de hacer que el tema aparentemente más insignificante se convirtiera en tu discurso en algo digno de interés. Le falta, en fin, una parte a todo y todos a los que a tu alrededor les insuflabas tu pasión infinita, tu agudeza en el criterio y tu sensibilidad especial.

Tus tres hijas te hemos adorado siempre. Eso lo sabes. Yo tal vez nunca te conté que mis recuerdos de ti son siempre dulces y me provocan una nostalgia especial, también dulce, nunca melancólica. Te he admirado mucho, y no sé en qué punto de esa admiración separo al padre del hombre en su condición de ser humano. Acaso para tus hijas no hay tal distinción. Por eso decidí compartir esta carta de hija con todos los que te han querido, bien como padre o como un ser excepcional.

No sé si la identificación tan fuerte que siento contigo tenga que ver con cosas que sembraste en mí como semillas y que tiempo después he sentido crecer; o si estaba predestinada a experimentar una frecuencia misma con esa manera tuya de ver el mundo, la vida, las cosas.

Me gustó en mi niñez tenerte al lado al despertar de una pesadilla y que me dieras una lección de cariño y sobre todo de fuerza e inteligencia: “No dejes que tu mente te domine”, dijiste cuando te conté que no podía dejar de evocar aquella imagen horrible del mal sueño.

“Acostúmbrate a buscar siempre TUS verdades”, “Nada en la vida es blanco o negro: todo tiene matices”; “Sé siempre tú”…, eran cosas que me decías desde que era una niña, y que entonces no alcanzaba a entender por qué aquel énfasis, por qué el tono solemne… y que poco a poco en mivida corta de 24 años se han revelado ante mí en circunstancias determinadas. Y entonces te he recordado, como un profeta, como un sabio ancestral, como alguien dadivoso con su propia experiencia, ese tesoro.

Me gustaban tus cuentos de Matías y que con ellos les dieras vida en mi cabeza a unos legendarios chiquillos mataperros y naturales, que además de fascinarme por eso, halaban mi simpatía por compartir su sangre. Historias familiares simplemente bellas, de caballos, de río, de pájaros y lomas, y papá de voz grave y rectitud implacable, y mamá dulce y protectora, y abuela tierna y acogedora, y amigos haitianos; historias de Monguito el capataz y el perro Notemojes, de Juan Milán el patriarca, de tus propias pesadillas cuando eras niño: aquella recurrente del toro echado inexorablemente a los pies del árbol en que te habías subido huyendo de él.

Era apasionante saber historia contigo, y discutir, claro; y sentir cómo revivías tanta cosa, y cómo evocabas con sentimiento aun lo que no habías vivido tú mismo. La muerte temprana de compañeros de lucha, amigos, casi niños… Aquel curioso complejo a la hora del triunfo: el de estar vivos. Escucharte hablar de aquello con todo tu ser, y la manera reflexiva y profunda en que lo mirabas desde el presente, hacía todavía más rico el testimonio.

Me aferro hoy a tu legado de serenidad ante las dificultades, en los momentos duros. Me reconforta saber que te fuiste siendo tú, y más que eso me reconforta saber que en verdad no te fuiste, no existe tal final definitivo: tu vida cambia de forma y se manifiesta en todo lo que tocó tu palabra, en todo lo que fue tu semilla, y en todos los que hoy y el resto de los días que nos esperan, te llevamos y llevaremos dentro. Toda vez que en esta carta usé el pretérito, obedece a casualidades y cuestiones de estilo, nada más.

Recuerdo ahora que una vez regresé a la casa llorando, después de un paseo contigo, porque me hablaste de la muerte. Yo era una niña y me impresionó –aunque me impresiona todavía–. Dijiste que uno debía estar siempre preparado porque cualquiera podía morir en cualquier momento. “¡Yo mismo!”, me dijiste, para agregar: “Cuando yo me muera, no llores. Cuando yo me muera, canten:

Partiré canturreando/ mi poema más triste/ contaré a todo el mundo/ lo que tú me quisiste./ Y cuando nadie escuche/ mis canciones ya viejas/ detendré mi camino/ en un pueblo lejano/ y allí moriré.

Padre: la cantamos, pero detuviste tu camino demasiado pronto: nadie, nadie había dejado de escuchar tus canciones, nunca viejas. Siempre guerreras y queridas,

Tu hija
Abril 8, 2013

jueves, 14 de marzo de 2013

Votos por el periodismo amante


José Martí lo sabía: no se gana una guerra sin prensa, sin periodismo. La prensa trabaja con ideas, las ideas mueven pensamiento, y es ese el escenario de conflicto esencial de toda causa. El 14 de marzo de 1892 el Apóstol crea Patria. Pocos periódicos he conocido con un nombre tan bien puesto, sintético y abarcador, representante exacto de lo que le da sentido. Patria deberían llamarse en cierta manera todos los periódicos, aunque no lo lleven impreso en tinta. Patria, o Pueblo, País, Sociedad...

Debería ser su nombre “espiritual”, aquello que los identifica en verdad, por lo que responden.
Son la patria, el pueblo, el país, la sociedad, los acreedores de la fidelidad del ejercicio periodístico, los que son su fin último y único interés supremo. Todo lo que esté entre un periodista y ese fin, resulta circunstancial, prescindible, secundario. Es la causa del pueblo la causa de su periodismo, de sus periodistas; que son, además, parte del pueblo.

Así lo creo hoy, 14 de marzo, Día de la Prensa Cubana, aprovechando esa coyuntura que dan las fechas para ponerse a pensar en algo particular, un tanto detenidamente; por más que piense en el periodismo, cuando menos, tres veces todos los días de mi vida desde hace algunos años. Pero hoy es diferente, hoy me aplico y reúno algunos apuntes, sin ánimo de dictar sentencia ni sentar definición alguna.

La mayoría de las veces en que le he dicho a alguien que soy periodista, tengo por respuesta: “Es una profesión bonita”, seguida por una pausa, un silencio muy corto que dará paso a una serie de instrucciones que compensan toda la simpleza de la valoración inicial: claves, complejos métodos, secretos de oficio, know how y recetas de todo tipo. No sé si sucede igual en el resto del mundo, pero en Cuba casi todos saben –o creen que saben, que a sus efectos es saber– qué debe ser y no es el periodismo. Y no solo eso: saben cómo puede y debe convertirse.

Hay algunos principios, algunas definiciones, más o menos universales. El trabajo de una organización periodística que se respete se basa en gran medida en el hecho de que personas (naturales o jurídicas) le ofrezcan pistas o datos que, en nombre de la salvaguarda de determinados intereses, no deberían facilitarles. Esa información deberá ser verificada y, si es de interés público, sacada a la luz (o al aire). Más o menos así lo define Lowell Bergman, productor de 60 Minutes, de la CBS News, uno de los personajes protagónicos en la historia basada en hechos reales y contada cinematográficamente bajo el título The Insider (1999).

Ese filme me hizo evocar mucho el periodismo, sobre todo por el hecho de que un trabajo de clase me invitaba a ello. Se trata de la recreación de la historia de un "individuo ordinario bajo presión extraordinaria", un científico, jefe de investigaciones en una poderosa corporación de cigarrillos, que denuncia que la empresa está usando cierta sustancia adictiva, nociva para la salud humana, con el fin de provocar un alza en las ventas. Desafía al poder, rompe las reglas del juego. Su denuncia la canaliza en la prensa, y gracias a la tenacidad y la resistencia por parte suya y del periodista que lo apoya, logran salir “ilesos” de la afrenta, aunque Bergman termina, decepcionado, renunciando a su trabajo.

La historia se desarrolla en los Estados Unidos de los noventa, donde la llamada free press es descartada por el periodista protagonista como free press for those who owe the press: no libertad de prensa, sino libertad para los dueños de la prensa. Más allá del contexto norteamericano, el filme sugiere una ideología e identidad profesionales basadas en el respeto propio, en la dignidad, en la consecuencia, en la consciencia, en la responsabilidad, en el compromiso con el interés público en primerísimo lugar y con la palabra propia. Da una lección de lo caro que sale ir contra la corriente; pero también de que es necesario hacerlo. No es periodista quien se acomoda a la constante noticia feliz, a la cobertura cómoda, lo fácil, lo “sinflictivo”. Para apología, los escritores eclesiásticos; para triunfalismo las aficiones deportivas.

Dijo Mark Twain, a quien no me canso de citar, que “La Colosal Mentira Nacional del Silencio es apoyo y aliada de todas las tiranías, falsedades, desigualdades e injusticias que afligen a los pueblos: esa es la merecedora de que se arrojen ladrillos y sermones contra ella. Pero seamos juiciosos y dejemos que comience alguien distinto de nosotros.”

Trastocando la ironía última: seamos audaces, comencemos. Rehuyamos las reseñas dulces, aburridas, las posturas y representaciones supuestamente comprometidas y revolucionarias, cuando son justamente lo contrario, puesto que la crítica y la épica auténtica son orgánicas a lo revolucionario, indispensables para toda condición que se pretenda tal. Lo enseña la historia.
En la primera clase que recibí en la Facultad de Comunicación, nos dijeron que el periodismo es una forma de comunicación social cuya función es dar a conocer información, poniendo al hombre y la mujer frente a la realidad, no solo para conocerla, sino para transformarla también.

Sobre el que ejerza esta profesión recae entonces una responsabilidad grande: orientar desde la opinión, realizar una representación de la realidad social en su riqueza, con sus conflictos, a la altura de públicos que merecen respeto, públicos capaces de discernir, que como parte de ese discernimiento, identificarán o corroborarán lo que deba ser transformado. “Es revolucionario y político hacer buenas canciones de amor”, dice Silvio. Hacer periodismo bueno y bello en forma y actitud lo es también.

Decir –escribir– verdades no es extravagante, arrogante, indolente ni irresponsable. Decir verdades es socialista, y es consecuente con lo mejor del pensamiento reciente y anterior de este país. Desoír ese legado revelaría ingenuidad, demostraría que no hay cuenta de todo lo que está en juego.
No ostento el brío de mis interlocutores cuando exponen la fórmula del periodismo perfecto, el justo, el necesario. Pero sí aspiro a uno, lo deseo para este país, en este mundo, y puedo, sobre todo, trabajar por él. Espero que la nuestra sea una prensa que pueda hacer historias diferentes –o las mismas diferentemente–, que profundice en causas, revele conflictos, asuma polémica sin temor, promueva realmente el debate, la verdadera comunicación.

El cambio es la única constante; la revolución lo mismo. Por otro lado, dijo Martí que criticar es amar. Yo aspiro, entonces, a que la prensa cubana sea la prensa martiana de la revolución constante, y una prensa, sobre todas las cosas, amante.



lunes, 28 de enero de 2013

El espíritu Carlos: "Guillermo Tell y el clan"

Carlos Manuel Álvarez hace síntesis de cosas que he ido pensando y leyendo y sintiendo los últimos años, toda vez que se ha hablado de la Revolución como de un ministerio, toda vez que he escuchado decir en los noticieros "paso al frente", "una vez más" y tantas otras frases que me merecen una reflexión que vengo postergando hace rato... En lo que me animo, esto me expresa, a mí y muchos que viven este tiempo en Cuba...


Guillermo Tell y el clan

Di la verdad. Di, al menos, tu verdad. Y después deja que cualquier cosa ocurra: que te rompan la página querida, que te tumben a pedradas la puerta, que la gente se amontone delante de tu cuerpo como si fueras un prodigio o un muerto. 
Heberto Padilla.

Cabría preguntarse qué queda en Cuba de la Revolución. O de qué habla en Cuba la gente que no es demagógica –nadie nunca se reconoce como demagógico, porque la gente que se reconoce como demagógica posee un cinismo perverso, y el cinismo perverso no es fruto de la inconsciencia, que es en definitiva a lo que nos referimos aquí- cuando habla de Revolución. O si valdría la pena seguir hablando de Revolución, ignorando el peligro que entrañan las palabras.

Es decir, hablar de Revolución como si tal cosa contuviera, aún, los valores sagrados, o como si fuera portadora, por siempre, de los valores sagrados. Hoy no parece muy revolucionario hablar de Revolución como si lo que estuviésemos diciendo fuese Patria. La realidad cambia, y si uno opta por aferrarse a las mismas palabras, corre el riesgo de no estar nombrando nada. Es la permanencia en el discurso épico ante la falta de sucesos épicos.

¿Qué arterias alimentan lo que hemos consentido en llamar de ese modo? Bueno, lo que hemos consentido en llamar izquierda y lo que hemos consentido en llamar nación. Pero los conceptos de izquierda y nación, que son conceptos antecesores, han quedado aplastados ante la malévola pertinencia de reconocerse en Cuba como revolucionario. Algo tan sospechosamente fácil como autonombrarse, parecer políticamente correcto, militar en las instituciones establecidas, o decir las cosas agradables desde las tribunas que el poder ha preparado para ello, las tribunas idóneas y permisibles, pero, más vale que lo vayamos aprendiendo, no se puede decir nada verdadero desde la tribuna que te ha preparado otro.

La izquierda dominante en Cuba es la izquierda acéfala de fuerte raíz prosoviética (dice Alfredo Guevara que Fidel Castro hizo todo lo posible por liberar al país de tan poderosa influencia, pero que, lógicamente, no pudo tanto), no solo por los métodos que rigen el intercambio social tocante al Estado (casi todo el intercambio social), sino porque es la izquierda que ha logrado apropiarse del concepto. La izquierda que obviamente no es izquierda pero que así nombra toda su madeja carcelaria e influye incluso a nivel mental.

A ver si entendemos. Eliot era misógino, mal padre, antisemita, pero La tierra baldía es un poemario absolutamente revolucionario. La izquierda no es conversión, no es siquiera propósito, es una consumación real del progreso. Lo que García Márquez, a quien tanto nos gusta citar para nada en las aulas de periodismo, reconoce como “una literatura que lo que hace es prolongar la tradición de belleza de la humanidad. Es decir, enriquecer el patrimonio cultural de la humanidad.

“Yo tengo –dice el colombiano-  la pretensión de ser un escritor revolucionario y no hay una sola consigna en mis libros, no hay una sola proclama, no hay nada de esto. ¿Cuál es el esfuerzo que yo he hecho? No sacrificar nada del valor literario de un libro, y ponerlo al alcance de todos. Creo firmemente que esto hace más trabajo revolucionario que una literatura específicamente política. La música es revolucionaria, como la literatura es revolucionaria, como la poesía es revolucionaria si es buena. Toda la belleza es revolucionaria”.

La izquierda gramsciana coloca esa premisa en la conciencia social. No sacrificar el valor de nada de lo que se haga por el didactismo de una proclama política. Pero en Cuba, para el mínimo acto, la más leve propuesta, o el más elemental de los esfuerzos, se prepara todo un discurso explícitamente partidista. Un discurso glorioso, radiante. A nadie le resulta contradictorio que una fecha como el 26 de julio, de tantos muertos, de tantos jóvenes vejados y mutilados a sangre fría, de tanta desbocada iracundia, sea actualmente un día festivo. Lo que deja el paso de un huracán, o sea, el desastre, la televisión lo narra con optimismo.

Mal síntoma. Revelemos lo que Vallejo le advertía a Georgette sobre los comentarios de un funcionario soviético, quien decía que en la patria de Stalin se había eliminado el dolor, solo quedaba la alegría, y Vallejo, esa bestia, preguntaba horrorizado si el funcionario soviético sabía lo que estaba diciendo, si sabía lo que significaba desterrar el dolor de la conducta y el destino humano, si entendía qué acto tan atroz se disponían a cometer los soviéticos, creyendo que iban a lograr, o que habían logrado, o que, sencillamente, en el caso imposible de que lograran semejante fin, pensaran que le estaban haciendo un bien al hombre.

Esa –tengamos- es la izquierda institucional de Cuba, a la cual todavía podemos oponerle la nación. La zona legítima del socialismo cubano que creemos no ha sido violada por la dialéctica de la historia. ¿Qué queda, pues, de la Revolución, que podamos atribuirle también a la nación? Uno piensa inevitablemente en esos años fundacionales, donde cada una de las fuerzas que iban a conformar la nueva sociedad cobraban a la luz de los hechos un vigor dionisíaco, entraban en franca disputa, proponían proyectos, pecaban, y la pobreza era altiva. Dice Agnés Varda en Salut, le cubains!, un documental revelador, que para 1963 todos los extranjeros querían venir a Cuba porque los cubanos hacían su Revolución con lirismo. Los cubanos de mi edad no alcanzamos a entender qué quiso decir Agnés Varda. ¿Qué significa una revolución con lirismo? ¿Una revolución auténtica, una revolución con dignidad, una revolución bella, o simplemente una revolución con lirismo? Suena tan bien que da nostalgia, tristeza. En algún lado olvidamos medir la Revolución por su lirismo, y justo entonces la izquierda de la oda alegre comenzó a repartirse la nación (a pesar de las manquedades, la nación nos ha garantizado la supervivencia).

¿Qué queda en Cuba de la Revolución significa, en verdad, qué queda en Cuba de lirismo? No parece que mucho, ciertamente. El cable de fibra óptica le ha levantado la tapa de los sesos a nuestra dignidad ciudadana, y su reciente puesta en funcionamiento, así como el progreso tecnológico que traerá consigo, hará que olvidemos semejante agravio. El lirismo no está en los resultados, sino en la forma –inclusiva- mediante la cual se alcanzan esos resultados. Sin lirismo, a pesar de los cambios, no vamos a ninguna parte que no sea el resto del mundo.

Tomemos la frase de Fresa y Chocolate que tanta gente de buena voluntad repite sin medir las consecuencias: “los errores son la parte de la Revolución que no es la Revolución”. Tiene dos lecturas esto, y siempre que haya dos lecturas una es falsa y la otra verdadera.
La verdadera se traduciría como que los errores son la parte de la Revolución que no es Cuba, porque, recordemos, Cuba es el concepto básico, lo sagrado, y no la Revolución en sí. O sea, los errores son la parte de la Revolución –vista como proceso político- que sí es la Revolución pero que no son Cuba.

Y la lectura falsa, a su vez, tendría un matiz determinista y fanático que solo merecería atención porque es la forma más extendida de abuso de poder y caudillismo que existe en el país. Los errores son la parte de la Revolución que no es la Revolución porque la Revolución no se equivoca. Es decir, la Revolución como Gran Hermano, la Revolución como doctrina religiosa, con la lógica intrínseca de que no hay libre albedrío porque si uno coge hacia la izquierda ya Dios lo ha determinado así, y si coge hacia la derecha también lo ha determinado así, y si amaga hacia la derecha, y coge hacia la izquierda, más de lo mismo.

Entre esas dos fuerzas, en una lucha oculta y silenciosa que se alarga por décadas, media el futuro de Cuba. La lectura cierta no sabría qué responder y la lectura falsa diría, sin pensarlo, que en Cuba queda todo de la Revolución porque permanece el mismo gobierno, porque mantenemos la independencia política, no importa que sea una independencia política per se, y porque nadie pudo derrotar a Fidel Castro. Hay más que eso, naturalmente.

La lectura falsa se seguiría llamando revolucionaria en su acepción, digamos, gubernamental, y la lectura verdadera, si consintiese en llamarse revolucionaria, aclararía entonces las razones. Aunque yo creo que las organizaciones juveniles, por su inactividad o por sus iniciativas centralizadas, son realmente organizaciones de derecha, que la prensa nacional es profundamente reaccionaria, y que, sin embargo, se han apropiado de etiquetas que no le corresponden. A la lectura verdadera, pues, le convendría no llamarse de ningún modo.

Así no tendría que aclarar todo el tiempo que es revolucionaria. Esa aclaración entraña una contradicción oportunista. Puede significar cualquier cosa, y pretende, intuitivamente, quedar bien con dos bandos enemigos. Incluso si fuera una declaración ingenua sería oportunista. No hay por qué perdonar, como dice Kundera, a los funcionarios checos que desconocían la esencia de la Primavera de Praga.

Una crítica es una crítica y no tiene que aclarar su valor. Parte de su valor radica justamente en los riesgos que sea capaz de correr, y uno de esos riesgos es la temeridad. No importa que los funcionarios malinterpreten y te juzguen la crítica como desacertada. No importa cuán al desnudo quedes. No te cubras con las palabras mutiladas, arrancadas de su signo.

Cuando miro a los lados no veo una generación. Veo jóvenes de una torpeza extrema con la ballesta en la mano, porque una Revolución solo es Revolución si ha estado dispuesta a ponerse la manzana en la cabeza.

(Tomado de El Microwave)

lunes, 26 de noviembre de 2012

Volar en oscuridad




Para mis contemporáneos y nuestros padres.

Nací en 1989. Mi vida llegó con la muerte de otras cosas, por lo menos con su anunciación. Y no partían cosas cualesquiera: estaba muriendo la supuesta garantía de una alternativa, la presunta prueba práctica de la utopía.

Llegué pues a este mundo en medio de desmoronamientos, de cierres de era, telones tremebundos que caían pesados sobre ideologías que lucían, a duras penas ya,en un convulso escenario.

En Cuba, “una islita muy chiquitica, con una dignidad demasiado cara”, como dice un personaje de cine antes de partir definitivamente de esta tierra y enrumbar al norte,“se acabó lo que se daba”. Yo no lo extraño: no lo conocí.

Un curso de Economía cubana me hizosaber que el hecho de que este país sobreviviera al derrumbe del bloque soviético había sido, literalmente, un milagro. El profesor lo explica con todos los números de las buenas explicaciones. Pero eso no lo recuerdo, solo caló en mí desde entonces y para siempre aquello de “literalmente un milagro. Nunca, ningún país, en ningún lugar del mundo…”.
La canasta básica se redujo ostensiblemente, el transporte se convirtió en una pesadilla, la ropa escaseaba, la gente dejó de engordar y de tener hijos. Llegaron los famosos apagones. Me acuerdo de mi madre diciéndome: “Apúrate con lo que estás haciendo, que hoy es día de apagón”. Recuerdo ratas pasando veloces por los tendidos eléctricos de la calle; presencia ridícula entonces: cables muertos, apagados. Me acuerdo de mi abuela diciendo que ya, que está al prender "la chismosa".

De pronto fueron siendo menos frecuentes. Ya prácticamente no hay. Fue para mí un primer síntoma de cierta recuperación. Ya los apagones eran un poco del pasado. No los sentía tan cerca.

Pero mi recuerdo infantil de la ausencia de energía eléctrica –y mátenme, víctimas justificadamente traumadas– no puede ser más feliz: todo el mundo estaba despierto, no estábamos los niños forzados a ir a dormir temprano, cantábamos en el portal, tirados en el piso, jugábamos a los escondidos, y era seguro aunque fuera de noche: todas las familias estaban en los portales, en las aceras… sobre todo recuerdo sentir que estábamos todos en lo mismo, y se sentía bien.

Moisés, un vecino, tenía una planta, y llevó con ella el televisor Caribe al parquede al frente, para los que quisieran ver la novela. Creo que ese día tocaba la brasileña.

Ese es también el escenario de mi recuerdo más bonito de los apagones.Un recuerdo especial, dulce: mi padre y yo íbamos al parque a coger fresco –unfresco que era casi lo único que rompía el silencio, aquella multitud de televisores, radios, grabadoras y refrigeradores mudos, la ausencia de todo lo electrodoméstico de nuestro ruido–.

Allí, además, estaban los murciélagos, que siempre me llamaron la atención. ¿Cómo se las arreglan estos bichos en el aire de noche, sin luz? Mi papá me explicó cómo podían volar en la oscuridad. No creo que haya dicho ecolocalización ni cosa tan terminológicamente científica. Una versión didáctica para niños, acaso. Pero me maravilló.

Pocas conversaciones he disfrutado tanto como las de aquellas noches,en que la exclamación colectiva cuando llegaba la luz, me provocaba contentura y desencanto a la vez.

Ahora no lo soportaría, supongo que me estoy poniendo vieja, entiendo los perjuicios, las implicaciones, soy más consciente; supongo que tengo trabajo que hacer, cosas que estudiar, que mi sensibilidad y mi espectro se han desarrollado y preciso ahora de lecturas, de películas célebres y otras cosas que requieren de “luz”... y aquel placer elemental de refrescarme en un banco y mirar animales que una vez me parecieron extraordinarios, podría quedardistante, hacerse pequeñito, olvidado. Pero de noche, si veo murciélagos, si camino por el parque, y sopla una brisa que en veinte años ha sido igual, y las ramas baten como en aquellas noches negras, la memoria me sonríe y la evocación es tan fuerte que estoy de pronto en su motivo. Yo aprendí una vez cómo lo hacen, cómo es que se puede volar en la oscuridad.