jueves, 14 de marzo de 2013

Votos por el periodismo amante


José Martí lo sabía: no se gana una guerra sin prensa, sin periodismo. La prensa trabaja con ideas, las ideas mueven pensamiento, y es ese el escenario de conflicto esencial de toda causa. El 14 de marzo de 1892 el Apóstol crea Patria. Pocos periódicos he conocido con un nombre tan bien puesto, sintético y abarcador, representante exacto de lo que le da sentido. Patria deberían llamarse en cierta manera todos los periódicos, aunque no lo lleven impreso en tinta. Patria, o Pueblo, País, Sociedad...

Debería ser su nombre “espiritual”, aquello que los identifica en verdad, por lo que responden.
Son la patria, el pueblo, el país, la sociedad, los acreedores de la fidelidad del ejercicio periodístico, los que son su fin último y único interés supremo. Todo lo que esté entre un periodista y ese fin, resulta circunstancial, prescindible, secundario. Es la causa del pueblo la causa de su periodismo, de sus periodistas; que son, además, parte del pueblo.

Así lo creo hoy, 14 de marzo, Día de la Prensa Cubana, aprovechando esa coyuntura que dan las fechas para ponerse a pensar en algo particular, un tanto detenidamente; por más que piense en el periodismo, cuando menos, tres veces todos los días de mi vida desde hace algunos años. Pero hoy es diferente, hoy me aplico y reúno algunos apuntes, sin ánimo de dictar sentencia ni sentar definición alguna.

La mayoría de las veces en que le he dicho a alguien que soy periodista, tengo por respuesta: “Es una profesión bonita”, seguida por una pausa, un silencio muy corto que dará paso a una serie de instrucciones que compensan toda la simpleza de la valoración inicial: claves, complejos métodos, secretos de oficio, know how y recetas de todo tipo. No sé si sucede igual en el resto del mundo, pero en Cuba casi todos saben –o creen que saben, que a sus efectos es saber– qué debe ser y no es el periodismo. Y no solo eso: saben cómo puede y debe convertirse.

Hay algunos principios, algunas definiciones, más o menos universales. El trabajo de una organización periodística que se respete se basa en gran medida en el hecho de que personas (naturales o jurídicas) le ofrezcan pistas o datos que, en nombre de la salvaguarda de determinados intereses, no deberían facilitarles. Esa información deberá ser verificada y, si es de interés público, sacada a la luz (o al aire). Más o menos así lo define Lowell Bergman, productor de 60 Minutes, de la CBS News, uno de los personajes protagónicos en la historia basada en hechos reales y contada cinematográficamente bajo el título The Insider (1999).

Ese filme me hizo evocar mucho el periodismo, sobre todo por el hecho de que un trabajo de clase me invitaba a ello. Se trata de la recreación de la historia de un "individuo ordinario bajo presión extraordinaria", un científico, jefe de investigaciones en una poderosa corporación de cigarrillos, que denuncia que la empresa está usando cierta sustancia adictiva, nociva para la salud humana, con el fin de provocar un alza en las ventas. Desafía al poder, rompe las reglas del juego. Su denuncia la canaliza en la prensa, y gracias a la tenacidad y la resistencia por parte suya y del periodista que lo apoya, logran salir “ilesos” de la afrenta, aunque Bergman termina, decepcionado, renunciando a su trabajo.

La historia se desarrolla en los Estados Unidos de los noventa, donde la llamada free press es descartada por el periodista protagonista como free press for those who owe the press: no libertad de prensa, sino libertad para los dueños de la prensa. Más allá del contexto norteamericano, el filme sugiere una ideología e identidad profesionales basadas en el respeto propio, en la dignidad, en la consecuencia, en la consciencia, en la responsabilidad, en el compromiso con el interés público en primerísimo lugar y con la palabra propia. Da una lección de lo caro que sale ir contra la corriente; pero también de que es necesario hacerlo. No es periodista quien se acomoda a la constante noticia feliz, a la cobertura cómoda, lo fácil, lo “sinflictivo”. Para apología, los escritores eclesiásticos; para triunfalismo las aficiones deportivas.

Dijo Mark Twain, a quien no me canso de citar, que “La Colosal Mentira Nacional del Silencio es apoyo y aliada de todas las tiranías, falsedades, desigualdades e injusticias que afligen a los pueblos: esa es la merecedora de que se arrojen ladrillos y sermones contra ella. Pero seamos juiciosos y dejemos que comience alguien distinto de nosotros.”

Trastocando la ironía última: seamos audaces, comencemos. Rehuyamos las reseñas dulces, aburridas, las posturas y representaciones supuestamente comprometidas y revolucionarias, cuando son justamente lo contrario, puesto que la crítica y la épica auténtica son orgánicas a lo revolucionario, indispensables para toda condición que se pretenda tal. Lo enseña la historia.
En la primera clase que recibí en la Facultad de Comunicación, nos dijeron que el periodismo es una forma de comunicación social cuya función es dar a conocer información, poniendo al hombre y la mujer frente a la realidad, no solo para conocerla, sino para transformarla también.

Sobre el que ejerza esta profesión recae entonces una responsabilidad grande: orientar desde la opinión, realizar una representación de la realidad social en su riqueza, con sus conflictos, a la altura de públicos que merecen respeto, públicos capaces de discernir, que como parte de ese discernimiento, identificarán o corroborarán lo que deba ser transformado. “Es revolucionario y político hacer buenas canciones de amor”, dice Silvio. Hacer periodismo bueno y bello en forma y actitud lo es también.

Decir –escribir– verdades no es extravagante, arrogante, indolente ni irresponsable. Decir verdades es socialista, y es consecuente con lo mejor del pensamiento reciente y anterior de este país. Desoír ese legado revelaría ingenuidad, demostraría que no hay cuenta de todo lo que está en juego.
No ostento el brío de mis interlocutores cuando exponen la fórmula del periodismo perfecto, el justo, el necesario. Pero sí aspiro a uno, lo deseo para este país, en este mundo, y puedo, sobre todo, trabajar por él. Espero que la nuestra sea una prensa que pueda hacer historias diferentes –o las mismas diferentemente–, que profundice en causas, revele conflictos, asuma polémica sin temor, promueva realmente el debate, la verdadera comunicación.

El cambio es la única constante; la revolución lo mismo. Por otro lado, dijo Martí que criticar es amar. Yo aspiro, entonces, a que la prensa cubana sea la prensa martiana de la revolución constante, y una prensa, sobre todas las cosas, amante.