martes, 4 de septiembre de 2012

“Llévese a casa un pedacito de historia por solo 5 CUC”


El origen de estas líneas tiene dos años, y está en Santiago de Cuba. Hace dos años el origen de estas líneas llegó a ser algunos apuntes entre borrones, cuando era todavía cercana la época en que escribía primero en papel y transcribía después en la computadora. “En la computadora no logro inspirarme”, decía en primer año de Periodismo. Ahora es casi lo contrario. –En definitiva espero que se trate de algo más que de una cuestión de soporte–. La cuestión es que aquello estuvo mucho tiempo signado a seguir siendo eso: apuntes sin mejor destino que una gaveta. Nunca escribí lo que quería y ya después era –creía yo– demasiado tarde. Pero Santiago volvió a pasar por mí, y aquel origen que llegó a borrador, fue tristemente vigente.

Resulta que el mercado muestra dotes de conquista casi ilimitadas, cualidades de ubicuidad plenipotenciarias, y me sorprende colándosele a la mismísima historia; incluso a la mismísima historia de sociedades que lo rechazan por principio. Eso sentí al final de mi visita a la Ciudad Escolar 26 de Julio, antiguo Cuartel Moncada, y ver de nuevo, después de dos años, que junto a mapas de Santiago de Cuba y postales de la bahía, estaban –también a la venta–, como un adorno, como el más tropical souvenir, como el llaverito más vernáculo e inocente, brazaletes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, a 5 CUC. (Y evocar entonces los “cubanos convertibles” era ya sarcasmo, burda carcajada de la situación). 

Palidecí al verlos. Reposan junto a una vidriera. Y me imaginé después que en Chiapas vendieran pasamontañas como los que usan los zapatistas. No, mejor: en las canteras de San Lázaro una oferta de grilleticos, como el que llevó Martí. Si parece apenas ofensivo que haya billeteras, carteras, pañuelos, mochilas, cintos… con la imagen del Che Guevara. ¿Acerca eso a la gente su historia? Pero todo eso lo pensé después, ahí no tuve ocasión de elaborar nada. En mí no cabía otra cosa que estupor, y la tristeza de ver que, a metros de la celda en que estuvo Frank País, y de una de las habitaciones donde torturaban, de los mismos muros sobre los que cayeron abatidos a plomo los muchachos que asaltaron el cuartel aquella mañana memorable, el público podía adquirir un brazalete del Movimiento.

¿Quiénes los hacen? ¿Inspirados en qué? ¿Qué energías les infunden? ¿Qué esperanzas cifran en ellos? ¿Y quiénes los compran? ¿Adónde los llevan? ¿Cómo los llevarán?: en una bolsita de nylon seguro; ¿se atreverá alguien a portar alguno en su hombro?

Triste destino para unos pedazos de tela en otro momento transportados celosamente por los clandestinos en la ciudad, subidos a las lomas con indecibles precauciones, caídos como sus portadores, llevados con orgullo, como prueba de elección, de aceptación de la muerte posible, de que se pertenecía a un grupo, que se profesaba una fe, se tenía un sueño. …Descendientes en desgracia, junto a un frío vidrio, con un precio que los vulgariza, que es indigno de su historia, rodeados de pacotilla para turistas, sacados de su espacio y de su tiempo, lucían marchitos, nunca más distantes de aquellos que se ceñían a las mangas verde olivo, arriba en las montañas, tan cerca de las nubes.

5 CUC, M-26-7…  No termino de creerlo.